el entremés
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Un entremés, es cualquiera de los platos ligeros que se ponen en la mesa para picar antes de servir la comida. No confundir con el aperitivo, que se toma para abrir el apetito, normalmente antes de la comida principal del mediodía (almuerzo). El aperitivo acostumbra a realizarse en fechas señaladas o festivos, no es común que se haga a diario. Se conoce como entremés (o paso) a una pieza dramática jocosa y de un solo acto, protagonizada por personajes de clases populares, que solía representarse durante el Siglo de Oro español, es decir, a fines del siglo XVI y durante el siglo XVII y XVIII hasta su prohibición en 1780, entre la primera y segunda jornada de una obra mayor. Posteriormente será llamado sainete. En Europa, su equivalente es la farsa, cuya denominación se aplicó en España a cualquier tipo de representación teatral. Un ejemplo, es El retablo de las maravillas, de Miguel de Cervantes.
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El término entremés procede del catalán y está documentado en el siglo XV como una especie de pantomima representada en banquetes cortesanos y, en una acepción gastronómica, como "manjar entre dos platos principales".
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entremés de la cueva de salamanca
(Miguel de Cervantes de Saavedra)
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Leonarda- Basta: ello ha de ser forzoso; no hay sino tener paciencia, bien mío; cuanto más os detuviéredes, más dilatáis mi contento. Vuestro compadre Loniso os debe de aguardar ya en el coche. Andad don Dios; que Él os vuelva tan presto y tan bueno como yo deseo.
Pancracio- Mi ángel, si gustas que me quede, no me moveré de aquí más que una estatua.
Leonarda- No, no, descanso mío; que mi gusto está en el vuestro; y, por agora, más que os vais que no os quedéis, pues es vuestra honra la mía.
Cristina- ¡Oh, espejo del matrimonio! A fe que si todas las casadas quisiesen tanto a sus maridos como mi señora Leonarda quiere al suyo, que otro gallo les cantase.
Leonarda- Entra, Cristinica, y saca mi manto, que quiero acompañar a tu señor hasta dejarle en el coche.
Pancracio- No, por mi amor; abrazadme y quedaos, por vida mía.
Cristinica, ten cuenta de regalar a tu señora, que yo te mando un calzado cuando vuelva, como tú le quisieres.
Cristina- Vaya, señor, y no lleve pena de mi señora, porque la pienso persuadir de manera a que nos holgu[e]mos, que no imagine en la falta que vuesa merced le ha de hacer.
Leonarda- ¿Holgar yo? ¡Qué bien estás en la cuenta, niña! Porque, ausente de mi gusto, no se hicieron los placeres ni las glorias para mí; penas y dolores, sí.
Pancracio- Ya no lo puedo sufrir. Quedad en paz, lumbre destos ojos, los cuales no verán cosa que les dé placer hasta volveros a ver.
Éntrase Pancracio.
Leonarda- ¡Allá darás, rayo, en casa de Ana Díaz. Vayas, y no vuelvas; la ida del humo. Por Dios, que esta vez no os han de valer vuestras valentías ni vuestro recatos!
Cristina- Mil veces temí que con tus extremos habías de estorbar su partida y nuestros contentos.
Leonarda- ¿Si vendrán esta noche los que esperamos?
Cristina- ¿Pues no? Ya los tengo avisados, y ellos están tan en ello, que esta tarde enviaron con la lavandera, nuestra secretaria, como que eran paños, una canasta de colar, llena de mil regalos y de cosas de comer, que no parece sino [u]no de los serones que da el rey el Jueves Santo a sus pobres; sino que la canasta es de Pascua, porque hay en ella empanadas, fiambreras, manjar blanco, y dos capones que aún no están acabados de pelar, y todo género de fruta de la que hay ahora; y, sobre todo, una bota de hasta una arroba de vino, de lo de una oreja, que huele que traciende.
Leonarda- Es muy cumplido, y lo fue siempre, mi Riponce, sacristán de las telas de mis entrañas.
Cristina- Pues, ¿qué le falta a mi maese Nicolás, barbero de mis hígados y navaja de mis pesadumbres, que así me las rapa y quita cuando le veo, como si nunca las hubiera tenido?
Leonarda- ¿Pusiste la canasta en cobro?
Cristina- En la cocina la tengo, cubierta con un cernadero, por el disimulo.
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